Domingo, Noviembre 24, 2024

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Cronología de un periodo intensamente breve

fortaleza desalojoComo se ha dicho tantas veces, hay periodos en la historia que parecen pulverizar la noción del tiempo. Los acontecimientos se suceden con rapidez inusual dejando atrás, incluso, la velocidad con la que el pensamiento, individual y colectivo, puede dar interpretación a lo que ocurre, a sus consecuencias y alcance.



Parecería que ha pasado mucho tiempo desde la primera decisión importante anunciada por quien sería el gobernador de Puerto Rico en el cuatrienio que no ha llegado, siquiera, a su mitad. Sí, Luis G. Fortuño no lleva 24 meses como “primer ejecutivo”. Pero ¿cuántas cosas han pasado? ¿Cuántas no han ocurrido que debieron ocurrir? Y volviendo a la dimensión del tiempo ¿cuántas ocurrirán en los más de dos años que aún le queda a esta Administración?

A pesar de encontrarnos a una distancia muy breve y asumiendo el riesgo que conlleva aventurarse en análisis que, ciertamente, en años futuros quedarán superados con mayor precisión y profundidad por el trabajo de los historiadores, siento la necesidad de expresar las ideas y reflexiones sobre este periodo intensamente breve, antes de que nuevamente el tiempo haga de las suyas y borre de la memoria no sólo acontecimientos importantes, sino su hilo conductor, su imbricación.

En noviembre de 2008 Luis G. Fortuño se inauguró creando el Consejo Asesor de Reconstrucción Económica y Fiscal (CAREF) y designó a un conocido banquero como su presidente. ¿Cuántos se acuerdan de esa criatura integrada exclusivamente (doblemente) por empresarios?
Cualquier otro sector de nuestra sociedad no tenía espacio, tenía vedado el acceso a los dioses del Olimpo. Allí sólo había lugar para los “sabios”, aquellos con inmaculada destreza para convertir dinero en opulencia, de “probada entereza moral y ética”.

Luego de insistencia, presiones y denuncia pública, para el mes de diciembre la nobleza del CAREF aceptó recibir a una delegación de un sector del movimiento sindical y sus asesores. Aún recuerdo aquella sesión pedagógica. La primera lección fue el deseo de los príncipes de evitar la presencia de los medios de comunicación.
“Sorprendentemente” les interesaba el arriesgado ambiente clandestino. Ocurrió que en un País “tan grande” como el nuestro es muy difícil mantener secretos, mucho menos entre más de dos personas. La segunda enseñanza fue su clara, honesta y manifiesta actitud de desprecio a las propuestas que los mortales le presentamos. Sus análisis estaban validados por su experiencia y su sabiduría de genios empresariales. Los nuestros eran “ideológicos”, imposibles de implantar, sencillamente, fuera de la realidad, como por ejemplo, cuando les planteamos un impuesto a las corporaciones foráneas cuyas ganancias, según los datos de la Junta de Planificación, excedían los $33,000 millones anuales o cuando les señalamos que el déficit fiscal podía atenderse mejorando la fiscalización de los recaudos, el IVU, las planillas…

El inicio del nuevo año (2009) lo recibimos con el Primer Informe del CAREF. Los médicos divinos habían encontrado la receta: ¡amarga para los mortales pero dulce para los que disfrutan del paraíso! Impuestos, privatización, reducción del gobierno y del gasto público, congelamiento de los salarios de los empleados públicos y de sus beneficios adquiridos…Recibida con beneplácito y satisfacción por Fortuño, su Administración procedió a mejorarla, no se podía desperdiciar tanta sabiduría, había que avanzar y ganarle –de nuevo– al tiempo.

Algo de tiempo le tomó al movimiento sindical activar sus matrículas para enfrentar lo que, no había duda, sería un ataque frontal a sus merecidas conquistas de beneficio, no sólo para los trabajadores sino para toda la sociedad. Las primeras actividades de protestas y reclamos fueron escuálidas. ¿Cómo era posible que ante el vendaval que se nos venía encima fuera tan pobre la respuesta? nos preguntamos muchos. Fui testigo del enorme esfuerzo que los sindicatos realizaban. Todo cuanto podían lo pusieron en ejecución sin recibir la respuesta de participación que se esperaba.

Aunque en la universidad, y fuera de ésta, hemos estudiado el comportamiento humano y los procesos sociales, ahora sabemos que los cambios de conciencia no se producen automáticamente: ¡no es así porque sí! Fortuño había ganado con más de un millón de votos, con una ventaja que no se veía desde los triunfos electorales de Luis Muñoz Marín. Y en las matrículas de las uniones tal comportamiento estaba claramente reflejado. Entonces, no debió sorprendernos lo que ocurría, aunque el disgusto no lo despintaba nadie.

Conscientes de las dificultades, los sindicatos se lanzaron a celebrar conferencias, foros, charlas, programas de radio, asambleas, reuniones, mítines, –y facsímiles razonables– para orientar a sus matrículas, amén de sus publicaciones y páginas cibernéticas. Participé en decenas de tales esfuerzos, todos dirigidos a educar, advertir de la amenaza e insistir en la inevitable movilización para frenar el “jarabe amargo”.. Fueron miles las y los trabajadores que participaron y escucharon el mensaje a todo lo largo y ancho del País.[1]

Marzo adelantó la temporada de huracanes. El 9 del tercer mes del año, la Legislatura, con un solo día de vistas públicas –para qué más, si la sabiduría ya había alcanzado su cenit y la nobleza del CAREF había ungido e iluminado a legisladores y asesores– aprueba la Ley 7 disponiendo tres etapas (como la santísima trinidad) para el despido de empleados públicos, el congelamiento de sus convenios colectivos, impuestos (unos abiertos, otros clandestinos), en fin, una ofensiva avasalladora para desmantelar el servicio público y sacarle el peso (¿o el menudo?) del bolsillo a los trabajadores. ¡Lo peor estaba por venir!

En abril, en un despliegue mediático, el Gobernador anuncia el despido de más de 30,000 empleados públicos. “Me temo que puedan ser más de treinta mil”, insistió el amigo de los 100 millonarios, convertido en su gobernador por obra y gracia de sus “humildes” contribuciones. Todo el esfuerzo educativo desplegado en las semanas anteriores por el sindicalismo, ahora sí, tenía el componente de la ecuación para producir el resultado. “Se tienen que alinear los planetas”,  diría alguien con razón.

El primero de mayo se produce la movilización masiva: la acción que con tanto esfuerzo se venía forjando. Los trabajadores se lanzan y toman la calle. El actor social aparece con sus rostros y voces en un movimiento de protesta, de reclamos y de propuesta. El área de Hato Rey, símbolo claro del conflicto, se convirtió en la milla de una clase trabajadora que expresaba su rechazo abierto a la agenda perversa de la Administración de Fortuño. Desde allí se empezó a escuchar el llamado a prepararse para una huelga general. La luna de miel, de aquellos y aquellas que habían confiado en la promesa de cambio del (ex)abogado de McConnel Valdés, desapareció abruptamente.

Antes de que cumpliera siquiera la primera mitad de año de su incumbencia, Fortuño quedó frente a un cambio radical en su “aparente” apoyo electoral. Sencillamente se desinfló y se convirtió en un gobernador aislado, deteriorado, débil y temeroso, acompañado siempre por una escuadra de la Fuerza de Choque de la Policía, aunque la visita fuera a una escuela intermedia. Para él y sus asesores hasta los niños representaban una amenaza. En Canóvanas, la escuadra policiaca, en un acto bochornoso, agredió al futuro del País.

El movimiento sindical, reconociendo la envergadura de la coyuntura, entendió la necesidad de ampliar la movilización más allá de sus filas. Se enfrentaba a fuerzas muy poderosas, articuladas, con una agenda y un proyecto de clase concreto, pensado desde finales de los ochenta y con aduladores desde los dos partidos tradicionales que se han alternado en el gobierno. El escenario estaba servido para masificar la lucha social.

Al igual que el resto de los sectores de nuestra sociedad –en toda su estratificación– el sindicalismo en Puerto Rico no es homogéneo. Hay tendencias, divisiones, enfoques, diferencias tácticas, resquemores, desconfianzas, rencillas, heridas viejas (y no tan viejas), y unas cuantas cosas más. No sé por qué algunos se sorprenden de esto y pretenden e insisten en una uniformidad puritana irreal y antinatural, acaso ¿no vemos igual panorama en el sector religioso o en el político? Claro está, siempre debemos aspirar a una mayor concertación y comunidad de esfuerzos.

Pues bien, desde los dos sectores principales del movimiento sindical, la Coordinadora Sindical y la Coalición Sindical (hasta los nombres son casi idénticos), se lanzó la iniciativa de crear dos espacios multisectoriales: el Frente Amplio de Solidaridad y Lucha (FASYL), vinculado a la Coordinadora, y Todo Puerto Rico por Puerto Rico (TPRxPR), ligada a la Coalición.[2] Ambas entidades lograron aglutinar una amplia diversidad  de organizaciones y sectores como no se veía desde la lucha por sacar la marina de guerra de Estados Unidos de Vieques.

A un mes de la movilización masiva el Primero de Mayo, Todo Puerto Rico por Puerto Rico, con el Obispo Juan A. Vera como portavoz, convoca a una Asamblea Nacional de Pueblo frente al Capitolio. El 5 de junio de 2009 decenas de miles de personas –sobre 50,000 calcularon algunos medios– marcharon desde el puente Dos Hermanos hasta la sede de la Legislatura. Los dos sectores sindicales se unieron en esta actividad y es importante destacar que el 5 de junio fue viernes, un día de trabajo, por lo que, en realidad, esa Asamblea de Pueblo tuvo características de paro nacional. Allí, ante las decenas de miles de personas se leyó una Declaración que reclamó al gobierno detener el despido de empleadas y empleados del sector público y derogar la Ley 7, suspender la política de privatización contemplada en la ley de las llamadas Alianzas Público Privadas, desistir de la destrucción de los recursos naturales, frenar el ataque a las comunidades, respetar las libertades y derechos fundamentales que nos protegen, entre otros. La Asamblea también reiteró la exigencia de espacios de diálogo para enfrentar la crisis y atender sus posibles soluciones.

La respuesta de Fortuño a la Asamblea –en una excelente demostración de su disposición al diálogo– fue la aprobación cuatro días más tarde, el 9 de junio, de la Ley de las Alianzas Público Privadas. Nuevamente, el gobernador de la milla de oro en carrera contra el tiempo.

A partir del 5 de junio –¡en pleno verano!– Todo Puerto Rico por Puerto Rico diseñó e implantó un ambicioso plan para organizar asambleas de pueblo en los principales municipios y dejar constituidos grupos de trabajo que fueran creando redes para fortalecer las movilizaciones futuras. Así ocurrió en Ponce, Mayagüez y Arecibo. Mientras que en otros, si bien no se celebraron las asambleas, sí se crearon los grupos de trabajo. El FASYL hizo lo propio, con lo cual la expansión de la organización social –con algunas redundancias, como es lógico esperar– adquiría concreción.

Nosotros también entendimos que el tiempo y la acción, junto con el mensaje, le dan pertinencia a un movimiento. De nada vale tener la claridad del análisis, las propuestas y el diseño organizativo si no se tiene conciencia del momento, del cuándo. De modo que, sí, había que ganarle al tiempo.

El 25 de septiembre, el Presidente del Banco Gubernamental de Fomento (BGF) y de la Junta de Reconstrucción Económica y Fiscal (JEREF), Carlos García  –donado a Fortuño por el Banco Santander– anuncia que serán despedidos cerca de 20 mil empleados públicos sin precisar la fecha de los mismos. Ese día, avisados de que ocurriría tal desgracia, la Coalición Sindical y TPRxPR habían convocado a una manifestación en el Centro Gubernamental Minillas para desde allí mismo emitir nuestra respuesta. Y así fue. Frente al mismo lugar desde donde la Administración de Fortuño lanzaba el anuncio de los despidos, Todo Puerto Rico por Puerto Rico respondió convocando al Paro Nacional a efectuarse el 15 de octubre.

La convocatoria al Paro Nacional generó una ola de adhesiones, convirtiéndose, además, en el tema de referencia en los medios por las próximas semanas. Precisamente, durante esos veintiún días, se organizaron actividades de desobediencia civil comenzando la primera justamente en La Fortaleza. El 29 de septiembre, miembros de la dirección del Sindicato Puertorriqueño de Trabajadores (SPT), encabezados por su presidente, Roberto Pagán, se encadenaron en la entrada del Palacio de Santa Catalina y fueron removidos violentamente por la Fuerza de Choque. En ese momento recibimos confirmación, sin duda, del modo y el estilo que caracterizaría la Administración de Fortuño: cero tolerancia, ni para los trabajadores, ni para los periodistas que recibieron por igual la descarga de las macanas. En adelante, la chispa estaba encendida.

Del 5 al 8 de octubre, Todo Puerto Rico por Puerto Rico establece el Campamento del Pueblo frente al Capitolio. Miles de personas pasaron durante los cuatro días en apoyo a las demandas, convertidas ahora, en las de todo un pueblo.

Mientras, con ese escenario de fondo, se reactiva el movimiento estudiantil en la Universidad de Puerto Rico cuyas consecuencias insospechadas aparecerían más adelante.

También, durante esas dos semanas previas al Paro Nacional, se da un proceso intenso de coordinación entre los dos sectores sindicales para garantizar su éxito. Las diferencias, ya señaladas, no impidieron el diálogo, sin embargo, no lograron la celebración de un solo acto final. Sencillamente no pudieron ponerse de acuerdo. No obstante, nada de ello afectó la movilización, la masividad y, más importante aún, el mensaje contundente que retumbó en todo el País. La portada de El Nuevo Día lo resumió con precisión: sobre una foto impresionante se leía ¡CONSUMADO!

El Paro Nacional fue un éxito y cumplió con los objetivos trazados. En esa ocasión el pueblo ocupó, como siempre debe ser, el espacio público, ése que poco a poco se nos ha ido usurpando.
Ese día, no puede olvidarse, en el expreso Las Américas faltó poco para que ocurriera un baño de sangre. Jóvenes, principalmente universitarios, se habían concentrado en el puente sobre la avenida Roosevelt y con su presencia mantenían cerrado el expreso. Por varias horas, la Policía realizó un despliegue intimidante para desalojar a los jóvenes que no surtió efecto. Se expresaba allí el necesario espíritu retante que caracteriza a las nuevas generaciones y que energiza al resto de la sociedad. Sólo la intervención a tiempo de un gigante de este pueblo, Rafael Cancel Miranda, evitó el desenlace fatal.

La semana siguiente, el 21 de octubre, se celebra una manifestación de protesta frente al Hotel El Conquistador en Fajardo, en ocasión de celebrarse allí la Conferencia de las Alianzas Público Privadas. Cientos de trabajadores, junto a otros sectores, se dieron cita indignados ante el intento claro de vender al País. Al final del día y reiterando el modo y el estilo ya previsto, la Fuerza de Choque se lanzó contra los manifestantes a patadas y macanazos.

Esa semana cerró con un incidente que tendría su efecto en el proceso ascendente de movilización. El viernes 23 de octubre se produce la explosión en CAPECO. Por una semana ardieron varios tanques de almacenamiento de petróleo convirtiéndose éste en el principal asunto de atención en el País.

No obstante, las llamas de CAPECO cedieron ante la prisa de Fortuño por consumar los despidos de empleados públicos. A finales de octubre, la JEREF  anuncia que efectivo el 6 de noviembre quedarían en la calle miles de padres y madres de familia, lanzados al desamparo.

El lunes 2 de noviembre, Todo Puerto Rico por Puerto Rico celebra una conferencia de prensa en la que le advierte al gobierno de Fortuño que de producirse los 20,000 despidos, según anunciados para el 6 de noviembre, se llamaría al pueblo a la organización y realización de una huelga general. También se anuncia que el viernes 6 de noviembre se llevarán a cabo manifestaciones de protesta simultáneas en distintos lugares del País, una concentración en el Centro Gubernamental Minillas y un llamado a detener las actividades a las 12 del mediodía.

Como los procesos sociales no son lineales, el jueves 5 de noviembre, la noche antes del día anunciado para la promulgación tenebrosa, la JREF sorprende informando que el 80 por ciento de los despidos se harían efectivo en enero de 2010, dizque por razón de los casos legales litigándose en los tribunales, algunos de los cuales habían sido resueltos en contra del Gobierno. El aplazamiento de los despidos, ciertamente, tuvo el efecto de bajar la temperatura a la caldera aunque el ambiente de indignación se mantenía.

El 6 de noviembre, tal como había sido anunciado, se efectuaron diversas actividades de protesta en distintos puntos del territorio nacional. El FASYL realizó las suyas y los trabajadores sorprendieron a la Policía cerrando el tránsito en el Túnel Minillas que, como sabemos, es suficiente para detener el tránsito en el centro del área metropolitana.

El llamado a organizar la huelga general había sido lanzado y al hacerlo se partió de una pregunta básica ¿qué más se puede hacer luego de haber hecho prácticamente todo?

Se entendió que las condiciones objetivas existían. La indignación y el rechazo a las políticas de Fortuño se habían convertido en sentimiento generalizado. El descontento era creciente y cada día que pasaba se sumaban nuevos desaciertos, atropellos mayores e indolencia atroz desde La Fortaleza y el Capitolio. ¿Qué nos quedaba por hacer? Algunos querían que los niveles de la lucha alcanzados se desinflaran. Otros expresaban, a su personal y mezquina conveniencia (léase el PPD), que la solución requería esperar a las elecciones del 2012. Quienes así pensaban, en el fondo reflejaban su temor a las consecuencias de la protesta y al movimiento social que se había organizado con tanta pujanza en tan poco tiempo.

Si las condiciones objetivas existían, lo que restaba era fortalecer y desarrollar las subjetivas. Y eso fue lo que no cuajó. Las diferencias arrastradas por años en el movimiento sindical tuvieron su efecto. El llamado a la huelga general recibió un baño de agua fría de líderes sindicales que se expresaron públicamente en contra del mismo. Lo sorprendente fue que tales expresiones vinieron incluso de uniones dentro del sector sindical que había hecho la convocatoria junto con Todo Puerto Rico por Puerto Rico. Luego, algunas uniones del sector público iniciaron procesos de negociación que, como contraparte, redujo su activismo y participación en las necesarias gestiones de organización de la huelga.

Así las cosas, nos enfrentábamos a un gran acertijo ¿se había agotado la capacidad del movimiento sindical para sostener el escalonamiento de  la lucha? Si no era la huelga general ¿cuál era la acción que procedía?

Las señales de enfriamiento se respiraban: ahora los planetas se alinearon en contra nuestra. La desmovilización hizo su aparición demoledora y comenzó a menguar la participación en las actividades convocadas.

Los primeros meses del año 2010 nos mantuvo buscando la salida a lo inesperado y nos preguntábamos ¿a qué actividad vamos a convocar a la gente y que represente algo distinto, sobre todo, que signifique un aumento en la presión al Gobierno y al sector empresarial que lo dirige?

La respuesta vino desde donde, ni el mejor de los pitonisos, sospechaba. En abril de 2010 los estudiantes universitarios decretan un paro, que luego se convertiría en una huelga en todo el sistema universitario público y finalmente en el principal movimiento de protesta contra la Administración de Fortuño y su agenda neoliberal.
El péndulo se movió del movimiento sindical al movimiento estudiantil. Los universitarios recogieron el batón y se convirtieron en los protagonistas principales de los reclamos de todo el pueblo.
Desde luego, esta última etapa le corresponde narrarla a sus actores principales. De mi parte sólo resta destacar el impresionante e intenso proceso de lucha ocurrido en solo 17 meses.

Con todas sus limitaciones, aciertos y errores, como es natural en los procesos sociales, los sectores organizados –primero los sindicatos, acompañados de una amplio abanico de organizaciones de la sociedad civil, y luego los estudiantes– representaron la determinación de todo un pueblo en no dejarse atropellar y en responder a las injusticias echando mano a lo disponible en su arsenal. Todo ello en un tiempo tan breve y ante una ofensiva que parecía apabullante y veloz.

[1] Este esfuerzo debe destacarse, sobre todo, porque a menudo se escucha decir que lo sindicatos (así de genérico) no informan a sus matrículas.

[2] Como mi vinculación fue con TPRxPR conozco mejor lo acontecido en este espacio y, claramente, carezco de la experiencia acumulada por los compañeros y compañeras participantes del FASYL.

Publicado en 80 Grados.


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