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En el 174 Aniversario de la publicación del Manifiesto del Partido Comunista

 

25 de febrero de 2022

El 21 de febrero tiene para mi un doble significado. En esa fecha nací en 1953 y el 21 de febrero en 1848, en la lejana ciudad de Londres, bajo el encargo de la Liga de los Comunistas, se publicaba por Carlos Marx y Federico Engels la primera edición del Manifiesto del Partido Comunista. La publicación original fue un folleto de 28 páginas, luego del cual se han hecho cientos o quizás miles de reediciones en casi todos, si no en todos los idiomas en el mundo. Se trata de un manifiesto que estremeció los cimientos del capitalismo, entonces, del llamado capitalismo salvaje cimentado en las doctrinas de liberalismo económico ya en boga y teóricamente sostenido por filósofos como Herbert Spencer y su teoría de la “sobrevivencia del mejor dotado”.

 

De acuerdo con W. Ebenstein en un ensayo publicado en su libro Los grandes pensadores políticos (1965), titulado Liberalismo nuevo y viejo, “al discutir las funciones del Estado”, Spencer se preocupaba de “aquello que el Estado no debe hacer, mejor que de lo que debe hacer.” Indica Ebenstein que para Spencer, mantener “el orden y administración de la justicia son los únicos reinos de la actividad gubernamental y su propósito es simplemente defender los derechos naturales del hombre protegiendo a la persona y a la propiedad.  El Estado, señala, “no tiene por qué estimular la religión, regular los negocios y el comercio, fomentar la colonización, ayudar al pobre o reformar las leyes sanitarias.

Spencer, indica Ebenstein, “halagó a los hombres de negocio, con el pensamiento confortador de que la supervivencia del mejor no sólo era un principio de conservadurismo político o económico, sino una ley universal que penetraba en la naturaleza lo mismo que en la sociedad humana. Uniendo el laissez-faire económico con el progreso, Spencer aseguraba a las clases pudientes que el capitalismo competitivo no sólo estaba en armonía con las leyes universales, sino también con el interés del bienestar general.”

Para Spencer, como lo fue para Darwin, el principio de la supervivencia del más fuerte, la supervivencia del mejor, la supervivencia del mejor dotado, era sinónimo de progreso.

El Manifiesto del Partido Comunista preparado por Marx y Engels presentó un escenario contrario a los postulados de Spencer y la ideología que sostenía el liberalismo económico del siglo XIX.

Recordé que con mis libros tenía la copia del ejemplar del Manifiesto Comunista que leí en 1970 para mi clase de Ciencias Sociales I en la Facultad de Estudios Generales, por lo que procuré localizarlo y en efecto, sí lo tenía aún conmigo. Me sorprendió que fuera una publicación de 1968 de Editorial Edil con la siguiente anotación por parte de sus publicadores: “Este manual ha sido editado para uso en los cursos de Ciencias Políticas de colegio de nivel universitario.” Pensé que ya las editoriales no se preocupan por hacer accesible este tipo de literatura a los estudiantes. De hecho, pregunté en algunas de mis clases, creo que la de “Trabajo y Sociedad” cuántos estudiantes habían leído el Manifiesto Comunista. Podían contarse con los dedos de una mano y sobraban dedos, los que sí lo habían leído.

En sus párrafos iniciales, el Manifiesto del Partido Comunista publicado 174 años atrás indicaba lo siguiente:

“Ha llegado el momento de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto de Partido.”

Han transcurrido 174 años y todavía esta agenda planteada en el Manifiesto del Partido Comunista sigue siendo una agenda presente.

El texto se divide en cuatro capítulos: (a) Burgueses y Proletarios; (b) Proletarios y Comunistas; (c) Literatura Socialista y Comunista; y (d) Actitud de los Comunistas ante los diferentes partidos de oposición.

En el capítulo 1, “Burgueses y Proletarios”, se hace posiblemente la afirmación más certera cuando, tomando en consideración la Nota al Calce que hace Engels señalando que se refiere a la historia escrita, nos dicen los autores que la “historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases. Así las cosas, los autores desmenuzan las divisiones sociales que, en cada etapa de esa historia escrita, ha atravesado la humanidad a partir del surgimiento de las clases sociales y la división del trabajo. Los autores identifican estas etapas como sociedad esclavista, sociedad feudal, sociedad capitalista, y eventualmente, la sociedad comunista.

De la misma manera que las contradicciones principales en la sociedad esclavista se dan entre la clase propietaria de los esclavos y los esclavos donde este último es propiedad del primero; en la sociedad feudal veremos que las contradicciones fundamentales se darán entre el señor feudal y el siervo de gleba; mientras en la sociedad capitalista se darán entre el dueño de los medios de producción, que identifican con la palabra “burgués” y el proletariado, es decir, la clase trabajadora condenada a vender, como una mercancía más, su fuerza de trabajo a cambio de un salario. En esta última, nos indican los autores, la “premisa esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado.

El trabajo asalariado se basa exclusivamente en la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, con su unión revolucionaria por medio de la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía el terreno sobre el cual ha establecido su sistema de producción y de apropiación de lo producido. Ante todo produce sus propios sepultureros. “Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables.”

En el capítulo 2, “Proletarios y Comunistas”, los autores señalan que siendo el capital una fuerza social, corresponde a los comunistas la constitución del proletariado como clase social para “mediante el derrocamiento de la dominación burguesa, conquistar el Poder político” para dicha clase social.

En este capítulo los autores examinan más a fondo la relación de compraventa que se produce entre el obrero que vende al capitalista su fuerza de trabajo como si fuera una mercancía más, y la compra de parte del capitalista de esa fuerza de trabajo que el obrero vende por un salario. Vinculan en la discusión el debate en torno a nociones equivocadas, producto de la propaganda de la clase capitalista, de la posición de los comunistas ante la mujer, como también la relación de la lucha del proletariado contra la burguesía y su relación con la lucha nacional. A tales efectos señalan: “En la misma medida en que sea abolida la explotación del hombre por el hombre, será abolida la explotación de una nación por otra.”

En materia económica, indican, el “proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante,  y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.”

En el capítulo 3, “Literatura Socialista y Comunista”, los autores discuten las distintas visiones de ideas socialistas acuñadas desde la sociedad feudal y sus reflejos en los siglos XVIII y XIX por parte de los llamados socialistas, religiosos, pequeño burgueses, filantrópicos y  utópicos. Por ello, en el capítulo 4, “Actitud de los comunistas respecto de los diferentes partidos de oposición”, los autores distinguen lo que para entonces eran las corrientes socialistas de las comunistas, señalando en el caso de estos últimos, que los comunistas “luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero al mismo tiempo, defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de ese movimiento.” Para ellos, la perspectiva revolucionaria de la lucha del proletariado es esencial. De ahí que convoquen a la clase obrera a la lucha  bajo el lema: “Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar.”

La vigencia de los postulados del Manifiesto, indica el prólogo a la edición alemana a la altura de 1872, “siguen siendo hoy, en grandes rasgos enteramente acertados.” Indica el prólogo, no obstante, la necesidad de que algunos puntos, dado el cambio en las condiciones del desarrollo capitalista, deban “ser retocados.” A la altura de este nuevo prólogo, ya la experiencia del desarrollo de la Comuna de París, “que eleva, por primera vez al proletariado, durante dos meses, al poder político”, había “demostrado, sobre todo, que la ‘clase obrera no puede limitarse  simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines.” Lo mismo sucede con la edición inglesa de 1890. De hecho, la utilización de la vía electoral hacia la toma del poder político, ensayada por Salvador Allende en Chile a comienzos de la década de 1970, fue objeto de intensos debates al interior el movimiento socialista y comunista a nivel internacional.

Este ejercicio de intentar revisar la propuesta de Marx y Engels en cuanto a cómo se dividen las sociedades hasta nuestros días, la encontramos en el caso de otros autores. A manera de muestra, en el texto escrito por Alvin y Heidi Toffler en 1980, titulado La Tercera Ola, encontramos otro tipo de aproximación. En éste los autores identifican la historia del desarrollo de las sociedades hasta nuestros día en tres olas: la primera ola, se desarrolla desde el año 8,000 A.C. hasta 1,650-1,750 D.C. Esta primera ola coincide con el período anterior de evolución de las sociedades hasta el surgimiento y desarrollo de la Revolución Industrial. La segunda ola se desarrolla desde mediados del Siglo XVIII hasta 1950, cuando comienzan a introducirse los ordenadores en los Estados Unidos y cuando por primera vez en dicho país el número de empleados en el sector de los servicios sobrepasan a los obreros manuales. La tercera ola es la que discurre desde mediados de 1950 al presente.

Será, sin embargo Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), a quien le corresponderá a partir de las tesis de Marx y Engels, el análisis de la una nueva etapa superior del capitalismo, vinculada con el desarrollo de la gran industria, los monopolios, los carteles y la fusión del capital industrial con el capital bancario para formar el capital financiero, que denominará “imperialismo”. Así las cosas, Lenin vincula su análisis del imperialismo con una propuesta revolucionaria para la toma del poder político por la clase obrera y el establecimiento de la Dictadura del Proletariado, propuesta que ya anticipada por Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista.

Los distintos intentos por desarrollar el socialismo en distintos países a partir de la experiencia del siglo XX con la Revolución Rusa en 1917; las experiencias del desarrollo revolucionario y socialista en países como China, Corea y Vietnam a mediados del Siglo XX; la experiencia de construcción del socialismo en Europa Oriental luego de la Segunda Guerra Mundial; la experiencia a nivel latinoamericano del proceso de toma del poder político y construcción del socialismo en Cuba por la vía revolucionaria armada y luego en Chile por la vía electoral; y más recientemente, las experiencias de construcción del llamado “socialismo del Siglo XXI” en América Latina, por mencionar algunas, a lo que apunta es a la búsqueda constante de formas de organización económica, política y social que presenten alternativas al capitalismo en sus distintas modalidades.

A 174 años de la publicación del Manifiesto del Partido Comunista, aquel elaborado por Carlos Marx y Federico Engels, se impone la necesidad, no sólo de visitar nuevamente dicho texto, sino actualizarlo y aplicarlo en las presentes luchas de la clase trabajadora.


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