Sábado, Noviembre 23, 2024

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La culpa no es de la Policía

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Lo que debemos poner sobre la mesa es el modelo político, social y económico que va haciéndose cantos cada día que pasa. No podemos conformarnos con hacer estadística de quienes ejercen la violencia, que puede ser cualquiera de nosotros o nosotras. Tenemos que analizar a fondo por qué ejercen o ejercemos esa violencia.

 

 

Se está cometiendo una injusticia con la Policía. O, más bien, se le está adjudicando a esa institución responsabilidades y funciones que no le corresponden. Para las cuales sus miembros no están preparados y por lo tanto no podrán enfrentar exitosamente.

De un plomero debemos esperar que sepa arreglar la tubería; de un electricista, que arregle la cablería eléctrica; de un panadero, que produzca pan de calidad. Pero, de la misma manera que no debemos esperar de un policía que haga plomería, electricidad o panadería, tampoco debemos reclamarle que anticipe, enfrente y solucione problemas y conflictos que tienen profundas raíces sociales, económicas, culturales y humanas, como lo son la violencia y la criminalidad que tanto nos afectan. Ese simplemente no es su oficio.

Es hora ya de que reconozcamos que el comportamiento violento de una parte significativa de nuestro pueblo—algunos de cuyos actos, como los asesinatos, se convierten en delito y en estadística que conocemos, pero muchos otros como las palizas a mujeres, niños o ancianos, no—no constituye un problema policiaco sino social.

Si, por ejemplo, nos detenemos por un momento a analizar—sin prejuicios ni predisposiciones—el fenómeno social del narcotráfico,- escenario de mucha de la violencia que sufrimos- descubriremos que después de todo, se trata de una actividad económica que deja miles de millones de dólares, de los cuales se benefician en mayor o menor grado miles de puertorriqueños. En la medida en que el modelo económico “legal” hace crisis, en esa misma medida el ciudadano promedio busca como resolver su día a día. Porque hay que comer, vestir, pagar la renta, el carro y el celular, pagar por la educación y la salud de la familia, etc., etc. Todavía miles de compatriotas conservan sus empleos. Pero muchísimos no. Esos deciden ingresar al ejército. Otros emigran. Y otros se conectan con el punto de droga.

Reconozcámoslo, no lo hacen por maldad sino por necesidad, o por satisfacer el afán de poseer bienes en una sociedad que te dice que tú vales por lo que tienes y no por lo que eres.

No es casualidad que el 75 por ciento de la población en las cárceles provenga de sectores empobrecidos y marginados y que también un 75 por ciento de los delitos por los que se les encarceló son de carácter económico.

Aunque parezca absurdo, luego de buscar infructuosamente, cientos de jóvenes consiguen “empleo” en el punto. Y con lo que ganan allí se convierten en consumidores. Justo lo que interesa a este sistema económico. Para ellos el narcotráfico no solo no constituye un problema, sino que es una solución.

Es así como se van componiendo los llamados narco-Estados . Ello consiste en un proceso accidentado y violento a través del cual el narcotráfico, en su dimensión económica, va desplazando al gobierno y las instituciones “legales”, que muestran una incapacidad cada vez mayor de asumir las responsabilidades y obligaciones que el pueblo espera de ellos. Esos son los casos de México y Colombia. Y ese va siendo el caso de Puerto Rico.

Como podemos ver, no se trata de unos policías más o menos aquí o allá. No se trata de planes contra el crimen, como le reclaman al muy incompetente exmiembro del FBI, Héctor Pesquera. Pocos resultados obtendrá el alcalde de Naranjito al reclamarle desesperado a la Policía que haga algo. Primero debiera fijarse cómo los pueblos del centro—incluyendo el suyo- van siendo ocupados por los puntos, en medio del desempleo, la pobreza y el cuponeo crónico.

Lo que debemos poner sobre la mesa es el modelo político, social y económico que va haciéndose cantos cada día que pasa. No podemos conformarnos con hacer estadística de quienes ejercen la violencia, que puede ser cualquiera de nosotros o nosotras. Tenemos que analizar a fondo por qué ejercen o ejercemos esa violencia.

No podemos conformarnos con sepultar al policía que recientemente asesinó a su esposa también policía y que luego se suicidó, todo ello con el arma que el pueblo de Puerto Rico pagó para que ambos nos protegieran de los “malos”. Es preciso comprender en su raíz por qué suceden esas cosas. Entonces entenderemos que no se trata de un problema policiaco —que el policía aparece cuando ya los hechos están consumados y no antes- sino de una situación mucho más grave, que exige cirugía mayor a la sociedad en su conjunto.

Solo entonces comenzaremos a encontrar soluciones verdaderas a esta situación que tanto duele.


(Tomado de El Nuevo Día)


Fundación Juan Mari Brás

 

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