Escrito por Alejandro Torres Rivera / MINH
«El desarrollo de un conflicto armado que incluya a la República Islámica de Irán crearía un contexto geográfico de guerra mucho más ampliado, el cual se extendería desde el mar Mediterráneo hasta Asia Central. Sería un escenario de guerra terrible si medimos el mismo por la cantidad de territorios que involucraría y el número de seres humanos que serían afectados. La gran diferencia con relación a la Segunda Guerra Mundial es que bajo este nuevo escenario, el uso de armamento estratégico como el nuclear, a diferencia de hace 70 años, ya no sería el monopolio de un solo país.»
El pasado 9 de mayo se cumplieron setenta años de la derrota militar del fascismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Con la capitulación de Alemania, concluyó en Europa la guerra iniciada oficialmente en 1939. Tomarían aún varios meses adicionales la capitulación del fascismo japonés.
Veintisiete años antes del final de este conflicto bélico, con el fin de la Primera Guerra Mundial, a raíz del Tratado de Versalles Alemania vino obligada a pagar a las potencias vencedoras y sus aliados grandes sumas de dinero como compensación por los daños infligidos a las potencias vencedoras en la Guerra. Inglaterra, una de las potencias aliadas europeas vencedoras, obtuvo para sí la mayor parte de las colonias alemanas en África y Oceanía; Francia por su parte, donde se libraron los principales combates en Europa, recibió la devolución de las provincias de Alsacia y Lorena, anexadas durante la Guerra Franco-Prusiana de 1870, junto con enormes compensaciones económicas. Estados Unidos tuvo para sí el financiamiento del proceso de reconstrucción de los países devastados por la guerra, principalmente los europeos.
Las condiciones económicas impuestas por las potencias vencedoras a Alemania, llevaron a grandes conflictos sociales que permitieron al Partido Nacional Socialista (NAZI), así como el desarrollo de un discurso de corte nacionalista, ideológico y racista, principalmente contra los comunistas judíos y gitanos, a quienes el nazismo pretendió hacer responsable de todas las desgracias sufridas por Alemania con posterioridad a la Guerra.
La salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial tras su Revolución Bolchevique de 1917; el desarrollo en dicho país de una Guerra Civil que concluye en 1922 con el surgimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética; la creación de nuevos estados nacionales como fueron Polonia, Letonia, Estonia, Lituania y Finlandia en la zona fronteriza de lo que antes fue el Imperio Ruso; y la disolución del Imperio Austrohúngaro, que trajo como resultado el surgimiento de países como Austria, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia, fueron también elementos de fricción que precedieron la nueva Guerra.
Mientras las pérdidas humanas de la Primera Guerra Mundial, de acuerdo con la página electrónica Wikipedia se estima en 13,906,000 muertos, 21,219,000 heridos y 7,750,000 desaparecidos; por su parte, las pérdidas humanas que representó la Segunda Guerra Mundial, solamente medida en términos de sus muertos, entre civiles y militares ascendieron a más de 61 millones de seres humanos.
Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial se han librado múltiples guerras que incluyen nuevas guerras imperialistas por el control de mercados; guerras de liberación nacional por parte de pueblos sometidos a la dominación colonial y semicolonial; y guerras civiles resultantes de conflictos internos, en la mayor parte de los casos provocadas por las clases dominantes en el poder en los Estados nacionales dirigidas a la persecución del fermento socialista y anti imperialista de los pueblos. Se trata de guerras y conflictos que han causado decenas de millones de muertos, heridos y desaparecidos adicionales. Puede afirmarse, sin duda alguna, que el Siglo XX ha sido aquel que ha dejado la mayor cifra de muertes y devastación a la humanidad.
Desde el año 2001, sin embargo, se ha venido librando en el mundo un nuevo tipo de conflicto. En éste, el diferendo ideológico entre el capitalismo y el socialismo ha dejado el paso libre a un rediseño de la estrategia imperialista por el control de los mercados. El nuevo paradigma se ha montado en el discurso de una guerra contra el terrorismo, lucha ésta que en gran medida ha sido asumida bajo la apariencia de una guerra final entre la civilización cristiana y la civilización musulmana.
A raíz de los sucesos acaecidos en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, su gobierno a través de su entonces presidente, George W. Bush, anunció en un mensaje televisado al mundo el inicio de un nuevo tipo de guerra. En él indicó que de acuerdo a información proveniente de fuentes de inteligencia, la responsabilidad de una organización fundamentalista islámica de nombre Al Qaeda y su dirigente, Osama Bin Laden, eran responsables de los atentados terroristas acaecidos en Estados Unidos aquel día 11 de septiembre de 2001. Junto a estos, identificó también a las organizaciones islámicas “Jihad Islámico de Egipto” y al “Movimiento Islámico de Uzbekistán” como organizaciones vinculadas a redes terroristas esparcidas por más de 60 países en el mundo. El movimiento islámico en el poder en Afganistán, conocido por Talibán, fue identificado como responsable de proveerle albergue, apoyo y lugares de entrenamiento en su territorio a estas organizaciones definidas como terroristas.
En su discurso, Bush emitió un ultimátum al gobierno afgano demandando la entrega a las autoridades estadounidenses de Osama Bin Laden y a los dirigentes del Al Qaeda; la liberación de todos los nacionales extranjeros encarcelados en Afganistán, incluyendo ciudadanos estadounidenses; brindarle protección a los periodistas, personal diplomático y trabajadores internacionales en dicho país; el cierre inmediato y permanente de los campos de entrenamiento utilizados por estas organizaciones en dicho país; la entrega de todos los llamados terroristas en su territorio y de aquellos que apoyaban sus estructuras de funcionamiento a las autoridades pertinentes; reclamando de paso, el derecho absoluto a Estados Unidos de acceso a los campos de entrenamiento en este país a los fines de asegurar que no volvieran a operar en dicho territorio.
En su declaración, el Presidente Bush lanzó un llamado a la guerra total contra Al Qaeda. Indicó de paso que la misma no terminaría sino con el aniquilamiento de dicha organización y sus dirigentes; que a los terroristas se les privaría de sus fuentes de financiamiento; y que serían empujados, unos contra otros, perseguidos de un lugar a otro, hasta que no tuvieran refugio ni reposo. Con tal declaración se iniciaba la primera guerra del Siglo XXI, una guerra diferente según Bush, donde se utilizarían todos los medios diplomáticos, todas las herramientas de inteligencia, todos los instrumentos de interdicción policiaca, todas las influencias financieras y todos los armamentos necesarios.
Con el pasar de los años los escenarios de la guerra se ampliaron, entre otros, a Iraq y a la República Árabe de Siria. Tal cual ocurrió durante la guerra desatada por el talibán contra la presencia soviética en Afganistán, en Siria, los llamados ¨enemigos terroristas¨ terminaron siendo organizados, entrenados y armados por Estados Unidos y sus aliados. En el caso del gobierno encabezado por el Presidente Bashar al-Assad, Estados Unidos ha contribuido a entrenar y armar al llamado Ejército Sirio Libre, el Frente Al Nusra o Daesh (la versión siria de Al Qaeda) y el Estado Islámico de Iraq y Levante (EIIL), o ISIS por sus siglas en inglés. A lo anterior se han sumado también países de la Unión Europea, así como también otros países musulmanes de la región como Turquía, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahréin y Jordania, junto a Israel.
El apoyo al gobierno constitucional de Bashar al-Assad en los pasados años ha estado solventado básicamente por países como la República Islámica de Irán y la Federación Rusa; y desde Líbano, por las milicias de Hezbolá (Partido de Dios). También ha habido el apoyo en la porción norte de Siria por parte de combatientes kurdos orientados, fundamentalmente por el Partido Comunista del Kurdistán.
Durante años la Federación Rusa ha impedido que las políticas impulsadas por Estados Unidos y la Unión Europea hacia Siria hayan permitido la repetición de la tragedia ocurrida en Libia tras el derrocamiento del gobierno de la Jamahiriya Árabe Libia bajo la inspiración de Muammar al-Gadafi, ¨Guía de la Gran Revolución del Primero de Septiembre¨. Para la Federación Rusa, el derrocamiento del gobierno sirio, y el fortalecimiento del Estado Islámico en los territorios que ocupa en dicho país e Iraq, sería el paso previo necesario de Estados Unidos, Israel y la OTAN para una intervención similar contra la República Islámica de Irán. Una agresión de Occidente e Israel contra Irán amenazaría no solo a la Federación Rusa, sino también países como Kazajistán, Kirguistán y Uzbekistán, los cuales forman parte de un tratado de seguridad con la Federación Rusa.
Esta posibilidad, junto a la presencia que aún mantiene Estados Unidos en Afganistán y su alianza con Paquistán, plantean también un problema de seguridad para la República Popular China. Ante ello la Federación Rusa, además de su apoyo al gobierno constitucional sirio, ha tomado otras medidas preventivas, como ocurrió hace poco en el drama de la ocupación de la península de Crimea y su apoyo a los sectores secesionistas dentro del conflicto interno en Ucrania.
En un reciente discurso el presidente ruso, Vladimir Putin, expresó su preocupación ante los miles de combatientes del Estado Islámico que provienen de algunas de las ex repúblicas de la Unión Soviética y otras regiones de la Federación Rusa que hoy combaten en Siria e Iraq a favor del nuevo califato establecido por ISIS. Así las cosas, la preocupación que expresa Putin con relación a esos combatientes provenientes de Rusia con el Estado Islámico es la misma que expresa el gobierno chino ante el hecho de que se estima en más de 3,500 los combatientes uigures que combaten junto al Estado Islámico en Medio Oriente. Se trata a juicio de Putin, de combatientes que una vez fogueados en combate en Siria e Iraq, regresarán eventualmente a sus lugares de origen donde continuarán su guerra, esta vez contra el gobierno ruso. Por eso la Federación Rusa se plantea aprovechar el respaldo al gobierno sirio cortando de raíz las posibilidades del Estado Islámico y sus combatientes en la región en sus intentos de ampliar su influencia.
Con la llegada al puerto sirio de Tartus del portaviones chino Liaoning, junto a la aproximación a este puerto de importantes medios navales rusos dotados de misiles capaces de establecer desde el mar una zona de exclusión aérea en el norte de Siria en su frontera con Turquía como al sur en su frontera con Israel el apoyo a la insurgencia en Siria cambia de perfil. Si a lo anterior se suma la presencia en territorio sirio de medios aéreos y de combate rusos, junto a las milicias de Hezbolá y el apoyo de Irán en la lucha contra el ISIS en Iraq, tanto el ejército sirio como iraquí tendrán mejores condiciones para combatir al Estado Islámico y recuperar el terreno perdido en esta guerra. Sin embargo, tal participación también cambia el escenario de la lucha. Ya no hablaríamos de un conflicto interno en Siria o Iraq; o de la agresión contra el gobierno constitucional en tales países por parte de fuerzas mercenarias opositoras, sino de un conflicto de proporciones mayores dado sus actores reales.
Estamos hablando no sólo de la participación en operaciones de combate de medios aéreos liderados por Estados Unidos de otros países europeos de la OTAN, Australia, Turquía e Israel como parte de una alianza que según Estados Unidos la integran ya 62 países; sino también, en apoyo al gobierno constitucional sirio e iraquí, de medios aéreos de la Federación Rusa, Irán y eventualmente China, así como también de la presencia de personal de combate en Iraq o Siria de unidades provenientes de Irán, Rusia, de los ejércitos iraquíes y sirios, así como también de las milicias kurdas, y los combatientes palestinos y libanesas de Hezbolá.
De acuerdo con Enrique Montánchez, en su escrito La guerra en Siria a punto de convertirse en mundial tras implicar a China con un portaviones y 1000 infantes de marina, publicado el 3 de octubre en la página web mil21.es, sería la primera vez desde hace 70 años cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, que ¨las grandes potencias combaten en un mismo teatro de operaciones¨.
Si bien por el momento, sería muy aventurado afirmar categóricamente que ha dado inicio en el Medio Oriente lo que se perfila como una Tercera Guerra Mundial; de otro lado es preocupante ver cómo se están enfrentado hoy, en un terreno común de combate, potencias como Estados Unidos y sus aliados europeos y occidentales de la OTAN, como es en este último caso Canadá y del Medio Oriente varias monarquías árabes e Israel; contra la Federación Rusa y la República Popular China, los cuales como sabemos, cuentan también con sus propios aliados y sus propios intereses estratégicos.
El desarrollo de un conflicto armado que incluya a la República Islámica de Irán crearía un contexto geográfico de guerra mucho más ampliado, el cual se extendería desde el mar Mediterráneo hasta Asia Central. Sería un escenario de guerra terrible si medimos el mismo por la cantidad de territorios que involucraría y el número de seres humanos que serían afectados. La gran diferencia con relación a la Segunda Guerra Mundial es que bajo este nuevo escenario, el uso de armamento estratégico como el nuclear, a diferencia de hace 70 años, ya no sería el monopolio de un solo país.
Si algún dato es importante destacar es que en más de dos años de propaganda por parte de Estados Unidos sobre las operaciones ¨aliadas¨ contra el Ejército Islámico, la suma de todas esas llamadas operaciones militares no han infligido a ISIS tanto daño como el que han causado las operaciones militares rusas en Siria. La participación rusa ha permitido al ejército sirio pasar en su lucha contra la subversión interna y la agresión imperialista, de una etapa de defensiva estratégica a una de ofensiva táctica en lo que se perfila como una nueva etapa en el proceso de reconquista de la estabilidad política de su gobierno.
El proceso de reconquista por parte de Siria, sin embargo, será lento y difícil. La reconstrucción del país una vez estabilizada la situación política y militar será aún más lenta. A Siria, como a Europa tras las dos Guerras Mundiales del Siglo XX, le tomará años cicatrizar la heridas que el conflicto ha producido. Para un país relativamente pequeño como es Siria, son demasiadas las pérdidas de vidas humanas, pérdidas materiales, los desplazados por el conflicto y los refugiados en otros países, así como daños profundos en la sicología de un pueblo que hace apenas una década vivía en paz y mostraba importantes signos de desarrollo. Llegará sin embargo el momento en que la guerra termine y entonces, el pueblo sirio como también el pueblo iraquí y el resto de los pueblos sometidos a la intervención extranjera, alcanzarán la paz ansiada desde la cual verán un nuevo amanecer.
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